Lo llamo. Le doy mi dirección. Ansiosamente me siento y agito las piernas. La espera parece eterna. Mis ganas de que llegue vencen a mi preocupación por todo lo demás. Me paro. Busco algo de tomar. Trato de despreocuparme. Pero no puedo pensar en nada más que en ese momento sagrado en cuanto él toque el timbre. Se me hace agua la boca de pensar en él. Los segundos pasan y mi corazón late cada vez más rápido. Miro el reloj intermitentemente y me olvido de a que hora debería llegar. Quiero que esté acá cuanto antes.
De repente suena el timbre. Tomo las llaves y bajo corriendo a buscarlo. Le agradezco con una gran sonrisa su visita: Gracias señor delivery-boy. Gracias por la pizza.
03 enero 2009
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2 comentarios:
Viste? No todos se hacen los boludos cuando los llamás para que vayan.
conocí a uno que se ponía peor de ansioso cuando llamaba siempre al mismo taxista...
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