Nunca la fue a buscar con un ramo de rosas. Jamás le escribió un poema de amor. No tenían una canción. No festejaban aniversarios. Se veían cuando podían, cerca de la madrugada. Sabían, cada uno, que el otro esperaba algo, pero no lo daban. No veían películas de amor, ni de acción, ni nada. Cuando cenaban juntos era más una necesidad fisiológica que un evento. Prendían velas cuando no había luz. Se reían mucho, lo pasaban bien. No podían negar ciertos sentimientos, pero de eso no se hablaba. Era fuerte, era físico. Físico e inevitable. Indiscutible, necesario. Era todo cuando estaban juntos, no había nada, ni nadie más. No importaba. Tampoco importaba si sus cuerpos se unían. Podían pasar horas hablando, no discutían. Se reían, se acompañaban. Podían estar meses sin verse y cambiar, mutar, crecer o retroceder. Pero las ganas eran las mismas. Y todo volvía a ser igual, distinto, pero igual.
Ambos sabían que en algun momento se iba a terminar. Pero eso no les preocupaba. No pensaban, no creian: Eran ellos. Eran como podían y nada más.
30 agosto 2008
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